La obra de Manuel Ruiz Carrillo es fiel reflejo de un artista con un estilo muy particular. He tenido la suerte de conocer sus pinturas desde hace muchos años y he llegado a la conclusión de que todas ellas son un reflejo de un planteamiento muy personal basado en el genio y en la intuición, en la experiencia y la imaginación. A través de sus pinturas se reflejan experiencias vitales, percepciones insólitas, sueños etéreos e imágenes pasadas por el tamiz de su inmenso talento e inteligencia. Tengo la oportunidad de compartir frecuentemente impresiones con el artista acerca de sus producciones, y siempre hay algo que me ha llamado poderosamente la atención: su descripción del mundo y de los colores que le rodean, de su tenaz simplificación de lo que percibe y cómo es capaz de llevarlo a una obra desde una interpretación única y con una excepcional espontaneidad natural.
Desde una mirada curiosa y llena de energía, Manuel Ruiz Carrillo interpreta su mundo con la ilusión y el ímpetu de un joven, pero desde una técnica madura y experimentada fruto del estudio, de la reflexión y de su “ser curioso”. Esta expresión de “ser curioso” que Manuel ostenta establece lazos con otras artes como la música: es un notable músico y compositor, y en la que su obra está muy influenciada.
Por lo tanto, estamos ante la obra de un excepcional artista, de una personalidad enérgica y valiente, que transmite esta fuerza a cada obra, y que tanto perdura en mi pensamiento y me emociona.